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El Renacido

Título Original: The Revenant

Año: 2015

Duración: 156 mins.

Géneros: Drama, Aventura

Sinopsis:
En 1820, un grupo de tramperos en el territorio septentrional de la Luisiana (actualmente, los estados norteamericanos de Dakota del Norte y Dakota del Sur) sufren una emboscada por un grupo de indios sioux, que les roban las pieles que llevaban. Sin embargo, algunos logran escapar. Entre los supervivientes, Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), el único hombre que conocía la ruta de regreso, resulta mortalmente herido por el ataque de un oso grizzly. Al ver la enorme dificultad de cargar con un moribundo y, además, en el crudo invierno, el capitán de la expedición Andrew Henry (Domhnall Gleeson) se ve obligado a abandonarlo en el bosque con el hijo indígena de Glass, Hawk (Forrest Goodluck) y dos de sus hombres: el joven Jim Bridger (Will Poulter) y el ex militar John Fitzgerald (Tom Hardy). Fitzgerald siempre había parecido enemistado con Glass y, en una ocasión, intenta asesinarlo, según él para liberarlo de su agonía. Sin embargo, Hawk se interpone y resulta apuñalado de muerte frente a un impotente Glass, incapaz de moverse por sus heridas. Fitzgerald miente a Bridger para abandonar el lugar y dejar a Glass a su suerte. Sorprendentemente, este se repone de sus heridas y comienza una odisea para tratar de sobrevivir al clima boreal, además de ir en la búsqueda de Fitzgerald para vengarse de la muerte de su hijo.

Reparto: Leonardo DiCaprio, Tom Hardy, Will Poulter

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Critica:
Como seguro ya vieron que le puse cinco estrellas, voy a dejarlo claro: El renacido es una película preciosa. Preciosa por única, y preciosa por bella. No sólo es eso. También es una película compleja, en lo técnico y en lo narrativo, sujeta, además, por alambres muy delgados, por un argumento mínimo, bíblico, como declaró el propio Iñárritu. Tiene, pues, varios niveles de lectura. Para quien quiera una realista historia de venganza en un contexto épico, una aventura, sin más, ahí lo tiene; quien quiera tratar de escarbar en sus imágenes y en sus silencios, quien quiera proyectarse e identificarse con un hombre perdido que busca sobrevivir, quien quiera vivir ese viaje sensorial, quien quiera sentir las flechas silbando tras sus orejas… También lo tiene. Y ya, los clavados de la vida que quieran sentir la inmensidad del mundo sobre sus hombros, quienes tengan curiosidad por seguir tratando de responder las preguntas que se ha hecho el ser humano desde el principio de los tiempos… También tienen chance.

Casi sin palabras, DiCaprio interpreta con enorme expresividad el viaje de un hombre que lo perdió todo y sólo vive para tratar de hacer justicia, de ser fiel a su hijo, al recuerdo de la mujer que amó y a sí mismo. Cuando un hombre sencillo, sincero, lo pierde todo, es capaz de contemplar el mundo con total reverencia. Verlo en todas sus dimensiones, naturales y, qué sé, yo, cosmogónicas. Las preguntas están ahí, en el silencio. ¿Tiene sentido este viaje, tiene sentido levantarse y seguir luchando? Iñárritu se lo encuentra y nos lo cuenta. Se detiene para que disfrutemos de un copo de nieve que cae en la lengua de los protagonistas, en la conversación alrededor de un fuego, en la llegada de un extraño que ofrece la bondad que los íntimos compañeros de Hugh Glass (DiCaprio) no le ofrecieron. Iñárritu quiere, por ejemplo, que sintamos el vértigo de comer carne cruda con las manos. En este viaje con destino al cruce de cuchillos, quién sabe si a la muerte, hay lugar para encontrar rastros de belleza, de bondad humana, de alegría, de verdadera revelación. En el dolor más profundo es donde Iñárritu encuentra la belleza.

Iñárritu deja claras muestras de su cinefilia. Apocalipsis ahora o el cine de Kurosawa o Herzog planean sobre la película, pero fundamentalmente, a mí me recordó a otra película cercana a nosotros (y al mundo entero), Gravedad, de Alfonso Cuarón. En lo esencial, son la misma película. Gravedad tiene un argumento sencillo que se desarrolla en un contexto extremo. Cuenta la búsqueda de la protagonista de sus ganas de sobrevivir, de ser fiel al recuerdo de los suyos para renacer como una persona nueva y más agradecida al mundo.

Y claro, tiene sus peros y, sobre todo, Iñárritu sus detractores, pero, valorando sólo el cine, las más de dos horas y media de trepidante y fascinante paseo por las montañas rocosas,… ¿qué más podemos pedir? Es una película de una factura técnica prácticamente incomparable, además de ofrecernos un recorrido emocional tenso y salvaje. Una película demasiado bien hecha sobre lo mal hechos que estamos nosotros. He llegado a leer que eso es algo malo. Que parece demasiado perfecta, dicen, que los planos están demasiado bien planificados, que las imágenes son demasiado hermosas. Esta idea, la de menospreciar al listo de la clase, hacer de menos al que lo hace bien, ¿no es ridícula? La perfección, o la pretensión de acercarse bastante a ella,  la ambición artística, ¿desde cuándo es algo malo?

Ni siquiera digo que El renacido sea perfecta, porque no lo es. Iñárritu no es un cineasta delicado. Subraya, cuenta a gritos, por eso en ocasiones aturde, de puro derroche de elementos, de dramatismo, de música, de belleza, de todo. Este exceso lleva a que, tras una escalada de emociones a lo largo de los primeros cien minutos de película, de subir y subir, de mostrar situaciones cada vez más extremas, duras o sangrientas… Llega un momento en que uno deja de sentir y padecer esas barbaridades que vemos.

Ese pequeño bajón lleva, en cuesta abajo, hacia el final de la película, que de nuevo recupera la tensión y violencia esperadas. Claro que las expectativas son tan altas en el caso del enfrentamiento, el antagonismo entre los personajes interpretados por Leo DiCaprio y el también brillante Tom Hardy, que son difíciles de satisfacer en su duelo final. Es un duelo magnífico, pero… es convencional. Es crudo, emotivo y salvaje, pero no por eso deja de ser un duelo entre el bueno y el malo. Es lo que tiene ofrecer tanto, ser tan generoso, que el espectador no deja de demandar más, de exigir que cada escena sea un ataque de oso, o un hombre que renace desde las tripas de un caballo.

Sea como sea, les invito a acercarse a El renacido como… pioneros en las montañas rocosas, como inocentes espectadores, como gente capaz de disfrutar y vivir una historia humana pequeña, la historia de amor entre un padre y su hijo mestizo, en un contexto vasto y espectacular. La paradoja de vernos en nuestra justa medida. Y es que somos tan diminutos, como avariciosos y poco agradecidos frente a esa inmensidad de la naturaleza que nos acoge… y que nos perdona la vida.
De Luis Gamboa

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